domingo, 27 de septiembre de 2009

XIV CUERPO, MENTE Y ALMA EN JAVALAMBRE 2009: LA CRÓNICA

La XIVª edición de la Cuerpo, Mente y Alma en Javalambre ha pasado. Las heridas ya están cicatrizando, las piernas vuelven poco a poco a la normalidad y mi forma de andar ya está dejando de ser cuasi-pléjica.

Esta es mi segunda participación, sin el encanto y misterio del año pasado, la primera vez. Pero la motivación es, si cabe, mayor, porque el reto es doble: se trata de no cometer los mismos errores y además sacar ventaja de los entrenamientos anteriores.

En las semanas previas voy planificando la mayoría de elementos que compondrán mi equipo, así como las líneas generales de la estrategia de carrera. También voy recuperando las experiencias del año pasado y recordando los diversos momentos de la travesía. Aunque de forma muy poco ordenada, voy conformando la preparación de mi travesía de montaña más importante del año.

Al final, después de días de probar y descartar, la lista de material se compondrá de:

En la mochila de carrera:Dos bidones de ½ litro c/u
Pastillas isostar, geles y barritas
GPS
Hoja de ruta
Gorra
Cortavientos
Bastón
Silbato emergencia+brújula
Botiquín
Pañuelos papel
Móvil
Documentación, dinero, llaves.

En la bolsa de Pina de Montalgrao:
Ropa recambio seca
Linterna frontal
Pilas recambio
Manta térmica
Buff + Pasamontañas
Guantes
Camiseta gruesa manga larga
Forro polar
Crema rozaduras

En la bolsa de meta:
Ropa cambio
Toallas
Útiles aseo llegada

En la mochila de carrera llevaré lo imprescindible ya que todo el material para la noche y el frío lo puedo recoger en el avituallamiento de Pina de Montalgrao, donde la organización nos traslada esa parte del equipaje, al igual que en la llegada, en el albergue de Camarena de la Sierra.

Planificar el recorrido es bastante más difícil y cualquier previsión se hace más inexacta a medida que pasan las horas y los kilómetros, pero, en todo caso, espero bajar de las 24h42’ del año pasado, evitando pérdidas y mejorando el ritmo.

La semana anterior a la carrera pasa muy rápida, entre viajes y gestiones, y sin darme cuenta llegamos al viernes. La lista preparada previamente demuestra su utilidad porque a las 22h de la noche no tengo más que ir rellenando la mochila y las dos bolsas sin pensar demasiado. Por fin está todo el equipo a punto. ¿Y yo? No lo sé… es una carrera complicada, no solo hay que aguantar físicamente, sino que hay, además, un montón de variables que pueden hacerte perder mucho tiempo o abandonar.

Me acuesto alrededor de las 12h, esperando oír el despertador a las 6h.

Por fin suena, es el momento, cada acción ahora está encaminada a ponerme, a las 8h, en la línea de salida en las mejores condiciones. Me refresco un poco con agua para despejarme, desayuno igual que cualquier día, hago unos estiramientos breves, me pongo la ropa de carrera, visito el lavabo por última vez, cargo con el equipaje y al coche. Son las 6h30’, no ha amanecido todavía y tengo poco más de media hora hasta Alfondeguilla. El tiempo está perfecto, no hay nubes pese a las malas previsiones que nos han amenazado toda la semana.

En la plaza ya hay algunos más madrugadores que yo. Saludo aunque no reconozco todavía a nadie, cojo el equipaje y me encamino al refugio desde donde empezará la carrera. Una vez allí arriba, al primero que veo y saludo es a Jose (K25), se nos unen un par de compañeros y al poco ya veo a Tomás y a Raquel. ¿Qué tal? Un año…, sí, ¡se ha hecho larga la espera! Estamos allí, como el año pasado, sin embargo no todo es igual, veinte corredores más, y nivel, bastante nivel. Por allí cerca se ve a Juan Antonio Ruiz y a Xari Adrián. Saludo también a Manolo Segarra. Se echa en falta a Grallero, Ferrato, Zarpazo, Paco el Choli, etc.

¡Bueno!¿Qué no tenéis ganas de salir? nos grita Tomás después de las fotos de familia de los 60 corredores. Acaban de dar las 8h, nos encaminamos a la explanada frente al refugio y sin más ceremonias, ¡adelante!, trotando los primeros pasos para soltar unas piernas que ya estaban cansadas de esperar para empezar a internarnos en la travesía.

Por delante tenemos que cruzar la totalidad de la sierra de Espadán, siendo sus principales dificultades el collado de Ibola, el propio pico Espadán (1.083m) y el pico Rápita (1.106m). Desde ahí, el descenso a Matet marca el final de la sierra y el inicio de un paréntesis a lo largo de Pavías e Higueras, dos pequeños pueblos arrinconados por las montañas. A partir de entonces viene un largo recorrido para salvar los más de 1.100m del Alto de las Palomas y con un pequeño esfuerzo más bajamos a Fuente Arenillas, en el cruce con la carretera de Caudiel a Montán. En falso llano atravesamos el Mas de Noguera, antigua masía destinada a residencia vacacional y un último resalte de colinas nos acercará finalmente a Pina de Montalgrao, avituallamiento con cambio de ropa. La primera parte de la prueba termina aquí, a partir de ahora se desarrolla en su mayor parte a través de pistas en suave y constante ascenso, por las inmediaciones de Barracas, para cruzar la autovía Mudéjar hacía el barranco de Albentosa en dirección a Manzanera. La muela de Sarrión es la penúltima dificultad que nos eleva ya bastante por encima de la cota 1.000m y nos encamina a las faldas de Javalambre que alcanzaremos por el barranco de la Zarzuela hasta el mismo pico a 2.020m. El descenso desde el pico por el GR10 nos llevará al lado de las pistas de esquí de Javalambre, hasta el refugio Rabadá Navarro y de ahí hasta el fondo del valle, que por la senda fluvial a la orilla del río Camarena nos conduce a la meta, en el Albergue Campo Base de Camarena de la Sierra.

Cuando encaramos las primeras cuestas de Espadán no somos conscientes de la envergadura del recorrido que tenemos por delante, tan solo nos ocupamos de negociar los repechones que nos van elevando hacia Ibola. La fila de corredores se mueve con rapidez, nadie diría que estamos en los primeros términos de una travesía de 108km. No sopla apenas brisa y el sol va a empezar a calentar pronto, los tramos bajo el bosque se agradecen y el litro de agua que llevo encima puede empezar a quedarse corto.

Nos hemos agrupado Jose Manuel (Camarena), Antonio Arias y yo. A Jose (K25) le he visto al principio pero creo que está reteniendo el ritmo. Manolo Segarra anda por detrás acompañando a otro grupo, pero a los de cabeza, Juan Antonio Ruiz, Alejandro Galindo, etc., ni se les ve ya. En poco más de dos horas llegamos al avituallamiento del collado de Ibola, es un trecho largo y de mucho desnivel, pero la mañana todavía se mantiene fresca y el tiempo pasa sin darnos cuenta. Salimos del avituallamiento y en la bifurcación de las tejas cometo el primer despiste: sigo la senda directamente hacia arriba cuando debería ir atravesando la ladera en suave ascenso. El camino correcto era el más obvio, así que deshago lo andado y vuelvo a la senda correcta. La subida al pico es directa contra la pendiente y no da tregua. El desnivel es muy fuerte y casi hay que usar las manos, pero finalmente alcanzamos el pico Espadán e iniciamos el descenso hacía la Nevera de Algimia, collado que marca el comienzo del ascenso al pico de la Rápita. El recorrido se vuelve más duro a medida que el calor aumenta y ya temo que los calambres vayan a hacer acto de presencia. Sin embargo, a medida que ganamos altura el aire es más fresco y los ánimos mejoran al pensar que detrás de la Rápita no queda más que el descenso hacía Matet.

Llevo solo un buen rato, desde antes del pico Espadán, y cuando llego a la cumbre del Rápita una pareja de excursionistas me tienen que corregir el camino de descenso. Les agradezco el aviso y esto parece una premonición de lo que ocurrirá en pocos minutos. La senda parece muy clara, y del año pasado no guardo ningún mal recuerdo de esta zona, más bien todo lo contrario, se trata de un descenso suave y prolongado bajo el bosque hasta Matet. Además llevo un maravilloso GPS que me tiene que conducir a través de todas estas montañas. Sin embargo, poco a poco el bosque se va cerrando, más con matorrales que con árboles, pero los matorrales se van convirtiendo en zarzales y la senda parece ir desapareciendo bajo ellos. El GPS indica que voy bien, sin embargo resulta cada vez más difícil avanzar, tengo que agacharme bajo ramas y lo que parece un claro y una abertura vuelve a cerrarse en un laberinto de zarzales. Sin darme cuenta acabo enredado entre las espinas, apenas sin poder avanzar, ni adelante ni atrás, ¡atrapado como una mosca en una tela de araña! Me siento impotente, noto como se rasga la camiseta al estirar entre las espinas y como las púas van penetrando la piel que en algunos puntos empieza a sangrar. Logro desembarazarme de las zarzas y miro alrededor buscando indicios de la senda. El GPS indica que está muy próxima, apenas a veinte metros ladera arriba. Intento ascender, pero el laberinto de maleza se complica por las trincheras que hay excavadas, de una profundidad de casi dos metros, alguna la puedo saltar pero en otra tengo que descender para superarla. Intento continuar por el fondo de la trinchera para encontrar la salida pero se cierra al final en una masa de matorrales espinosos. Vuelvo a salir de la trinchera y espero en silencio, mirando a mi alrededor, buscando de nuevo algún indicio de senda o de salida. Oigo un sonido rítmico, bum, bum, bum, bum… ¿se acerca alguien?, bum, bum, bum, bum… ¡OOOOOeeeeeee! ¡OOOOOeeeeeee!, grito varias veces pero sin resultado. Me quedo callado escuchando de nuevo. Bum, bum, bum, bum… ¡Nooooo! Estoy oyendo mi propio corazón, debo intentar relajarme porque queda mucha carrera, y no puedo echarla a perder apenas en el primer tercio. Más tranquilo, busco algún paso entre la maleza para avanzar en la dirección que creo que está la senda, cuando, ahora sí, oigo claramente a un grupo de corredores que avanzan rápidamente. No hay duda, no se oye ninguna voz pero creo que un grupo de tres o cuatro corredores acaban de pasar por la senda que busco. Sin embargo, está tan espeso que es imposible distinguir nada. De nuevo oigo pasos, esta vez parece un solo corredor, consigo avanzar unos pasos en su dirección y doy unas voces: ¡OOOOOeeeeee! Ahora sí, entre las ramas y los zarzales veo una silueta moverse, me contesta, ¡por aquí!, es Antonio Arias, que dejé subiendo al Espadán pero venía pisándome los talones. Por fin las ramas y la maleza se apartan y aparece la senda, realmente no estaba a más de veinte metros, han sido casi quince minutos de destrozarme las piernas subiendo y bajando entre los zarzales.

Por fin en la senda, bajamos a toda velocidad hacia Matet. La sierra Espadán ha enseñado sus dientes y me los ha dejado marcados en las piernas. A partir de aquí, cada roce, por suave que sea, me hace ver las estrellas del dolor. Las piernas han quedado marcadas por los arañazos y muy sensibles al mínimo contacto. La llegada al puesto de avituallamiento de Matet sabe a gloria, hay que recuperarse y encarar con tranquilidad las próximas etapas.

Continuamos, por delante tenemos Pavias e Higueras, dos pueblos que nos separan del Alto de las Palomas, tras el cual está el próximo control. Pista en ascenso, no muy fuerte pero mantenido. Atravesamos un bosque quemado. Triste espectáculo, los troncos carbonizados todavía huelen a humo malsano. Subimos y el camino va internándose por una pinada muy verde y agradable. Son tramos en los que voy trotando con bastante comodidad y de nuevo vuelvo a quedarme solo, hasta que a lo lejos veo a un par de corredores que previamente nos habían adelantado a Antonio y a mi. Se trata de José Luís y de Andrés, aunque se mantienen todavía a bastante distancia. Comienza el descenso hacia Pavías, entramos en el pueblo y llegamos a la fuente de los caños, al lado del lavadero. Agua fría, me mojo la cara, los brazos, bebo a placer, parece que me he quitado veinte o treinta kilómetros de encima. José Luís y Andrés salen antes que yo, pero viendo que llevan buen ritmo voy a tratar de ir con ellos. Salgo rápido y, por un camino herboso que es una delicia para los pies, consigo darles alcance. A partir de ahí formamos trío y así llegaremos a Camarena.

El siguiente tramo son entre dos y tres kilómetros de asfalto que conducen de Pavías a Higueras. En Higueras se abandona la carretera y por una senda que cruza el río empezamos el ascenso al Alto de las Palomas. Es un ascenso muy largo, sin grandes pendientes pero sin descanso. Podemos trotar muy pocas veces, hay que reservar para Javalambre. Ya hace rato que el sol se ha escondido. El ascenso está coronado por las nubes más negras que hemos visto en todo el recorrido. Amenaza lluvia y tormenta pero la temperatura no baja, incluso la falta de viento en ocasiones provoca cierta sensación de bochorno.

En la parte más alta llegamos a los 1.100m., aquí bastantes unas nubes están por debajo de nosotros, atrapadas entre las laderas de las montañas. Llegamos a la charca que marca la parte más elevada del Alto de las Palomas, donde el año pasado vimos un buitre de tamaño descomunal posado en el suelo sin inmutarse mientras observaba nuestro avance pensando que una posible merienda se le estaba escapando.

Y por fin el descenso a Fuente Arenillas. La carretera de Caudiel a Montán se ve al fondo del valle, entre las nubes bajas que lo cierran, y a lo lejos, amplificado por la humedad del aire, se oyen ¡las voces y gritos de un poseso! ¿Qué nos espera ahí abajo? ¿Después de luchar contra la montaña nos las tendremos que ver con alguna especie de loco furibundo garrote en mano gritando contra nosotros? Pues no. Es Roberto que, gastando más energías que si estuviera corriendo esta travesía, está animando a los corredores desde el puesto de avituallamiento. De hecho, si Juan Antonio Ruiz ha sacado unos minutos de ventaja sobre el crono del año pasado es por el tramo que Roberto le ha estado persiguiendo, blandiendo una cámara en la mano cual látigo fustigador de corredores perezosos.

Llegamos a las inmediaciones del control y nos acribillan a fotografías, ánimos y aplausos, de modo que ríete del maratón de Nueva York o el Tour de Francia. Son Rober y dos o tres más pero parecen la multitud más impresionante que jamás hayas visto.

Tras esta inyección de moral (este doping no se detecta) salimos a por la última dificultad antes de Pina de Montalgrao.


Se trata de una pequeña barrera de colinas justo a los pies de los nuevos molinos de viento. Primero pasaremos por un tramo de asfalto en el que podemos relajarnos un poco. Después comenzará una pista que se convertirá en senda. Mis alegrías se acaban inmediatamente. Un calambre en la pierna izquierda me deja clavado en el sitio. José Luís y Andrés se giran y me preguntan ¿qué pasa? ¿todo bien? Sin voz y con la cara desencajada les contesto, sí, sí, de maravilla, seguid que ya os cojo enseguida. Parece que se lo creen o más bien me dejan por imposible, porque me hacen caso y siguen. Me paro del todo y hago unos estiramientos. Poco a poco va cediendo la contracción del músculo y puedo volver a caminar. La senda es bastante estrecha y la pendiente no muy fuerte, pero poco a poco voy recuperando la normalidad y comenzar a trotar de nuevo. Me he distanciado unos doscientos metros pero lo importante ahora es recuperar la movilidad en la pierna. Si en esta zona el año pasado los molinos de viento me impresionaron al verlos sobre mi cabeza, este año me he fijado en las características del terreno, los corrimientos de tierras y la erosión producida por las lluvias. Se trata de un barranco muy agredido por las corrientes de agua formadas por la lluvia. También hay una zona interesante formada por cuarzo incrustado entre las rocas, imaginamos que por la noche, a la luz de las frontales podría ser espectacular.

Por fin culminamos el collado y descendemos a Pina. Ya solo quedan apenas un par de kilómetros para la entrada al pueblo, a la plaza, donde toman nota de nuestros nombres, tiempos y tomamos un respiro. Hemos llegado a las 17h50’, y ocupamos unos quince minutos en cambiarnos de ropa, coger linterna, cambiar pilas al GPS y añadir más ropa de abrigo, y otros quince en tomar la cena: un plato de fideos y carne empanada con patatas. Un poco de cerveza, un postre de queso, un poleo y listo. Todo esto combinado con unos cuantos estiramientos para no dejar enfriar los músculos y para descontraerlos y tonificarlos de nuevo. Me he cambiado la ropa ya que toda la anterior estaba empapada de sudor, pero mantengo las zapatillas. Y no sé si son las zapatillas las que me provocarán al final los problemas en los talones o habrán sido los calcetines. El caso es que en los últimos kilómetros al cansancio de todo el recorrido se ha sumado una irritación o escoceduras bastante fuertes en los talones.

Terminamos la cena. He tenido la precaución de abrigarme bien porque todavía recuerdo los temblores del año pasado. Pero noto bastante diferencia. He digerido muy bien la cena y me encuentro bien para salir trotando. Así, los tres, José Luís, Andrés y yo, al cabo de casi media hora estamos ya corriendo por la carretera hacía Barracas.

Un par de kilómetros de asfalto, un cruce, y vuelta a las pistas. Nos vamos aproximando a la autovía Mudéjar, que cruzaremos por debajo de un puente. Es un paisaje nuevo para mi ya que el año pasado a estas alturas del recorrido ya era noche cerrada. Buenas sensaciones, enfocamos con bastante optimismo la segunda mitad de la carrera. Las pistas atraviesan una zona ondulada entre campos de cereales, hay algunas casas, unas en ruinas, otras habitadas. Unos niños juegan entre las balas de paja, mientras, sus padres pasean tranquilos unos cientos de metros más adelante. Está anocheciendo. La sensación de soledad es mayor que entre las sendas de montaña. Aquí el horizonte es tan amplio que realmente se aprecia la distancia que te separa del resto del mundo.

Pero la comodidad de la pista se acaba y, ya con noche cerrada, nos desviamos por una senda en dirección al barranco de Albentosa. En este tramo me tengo que dejar llevar porque mis compañeros se conocen el camino. Andrés sobre todo ha hecho entrenamientos por la zona y gracias a ello bajamos directamente al río sin necesidad de seguir la pista que da un rodeo. Después de un descenso muy fuerte y algunos resbalones llegamos a la corriente, muy poco profunda, apenas un palmo de agua. No hace falta descalzarnos, podemos cruzar con un par de saltos y entre unas piedras. Pues, adelante, Andrés salta primero sin problemas, luego voy yo y… hasta el tobillo. La hierba de la otra orilla ocultaba un barrizal donde hundo el pie izquierdo, saltando un chorro de agua y barro malolientes que me embadurnan toda la pierna. Perfecto, el tratamiento a base de barro es lo más indicado a estas alturas de carrera. José Luís, viendo mi hazaña, se prepara para no repetirla y sin embargo lo consigue, corregido y aumentado. No solo introduce el pie hasta el tobillo sino que además tiene la habilidad de, al continuar el salto, dejar su zapatilla bien hundida en el barro mientras su pie sale a buscar tierra firme. Andrés recupera la zapatilla que, ahora pesa dos kilos más, y observamos el estado en que ha quedado. Enjuagamos parte del barro y calzándose la zapatilla de nuevo, y acordándonos del consejo de Manolo (djfemer) para cruzar ríos continuamos camino hacia Manzanera.

La subida del barranco no se hace muy dura. Además, a partir de ahora, el bastón empieza a prestar toda su ayuda. La oscuridad nos envuelve ya desde hace varias horas. Media luna y estrellas. La niebla apenas se muestra en algunos tramos. Y la temperatura es agradable, nada que ver con el año pasado. Ni el cortavientos ni el forro polar han salido todavía de la mochila, seguiré con manga corta hasta el avituallamiento de Manzanera. Llegamos al puesto de control, rellenamos agua, tomamos unos bocados y nos ponemos de nuevo en camino.

Pistas en suave ascenso nos conducen hacia las proximidades de la muela de Sarrión. Ya bien entrada la noche, alrededor de las 23h, los kilómetros tardan en pasar, el sueño a veces se asoma pero la compañía ayuda a mantenerse despejado. Por fin, el desvío a la muela. No hay senda, directamente campo a través, pendiente arriba sin dar tregua. Aquí la niebla se asoma un poco más dificultando la visibilidad de las marcas, pero entre los tres vamos encontrándolas una tras otra hasta que alcanzamos el vértice de la muela y nos damos de bruces con el avituallamiento. Ha sido una etapa corta, en comparación con las anteriores. Son las 12h, llevamos 16 horas de marcha y nos quedan todavía cuatro. Dos perros nos saludan efusivamente, bocadillo para reponer fuerzas que compartimos con ellos y seguimos camino. La fortificación de ametralladoras de Sarrión aparece a nuestra izquierda a la luz de las frontales. Pista y más pista. Aunque ya no corremos, el paso rápido y constante nos aproxima cada vez más a Javalambre, apenas unos pocos kilómetros y encararemos el barranco de la Zarzuela.

Dejamos la pista desviándonos por el margen izquierdo, en la oscuridad algunas marcas nos indican el camino a seguir, en una zona sin relieve ni referencias, pero que en unos centenares de metros deberá convertirse en el barranco que buscamos. Así es, pronto el terreno se va elevando a nuestro alrededor mientras nosotros permanecemos por el fondo del barranco que se está formando. El suelo es pedregoso, no hay apoyos firmes, la mayoría de las piedras están sueltas y aquí el bastón demuestra su máxima utilidad. Los límites del barranco, en algunos tramos, llegan a estrecharse hasta poder tocarlos con las manos estirando ambos brazos. Aparecen escalones, no muy altos, pero que unidos al firme tan irregular hacen que nuestro avance sea muy lento. Algunos esqueletos, no sé muy bien si de perros o corderos, nos saludan también entre las rocas dando un tono tenebroso al ambiente. Preocupados como estamos por seguir las marcas y ascender por el barranco no prestamos mucha atención a las osamentas que pisamos a veces, tibias, fémures, costillas, cráneos… Pero lo único que nos interesa es la cumbre. El waypoint 154 todavía queda muy arriba. El barranco apenas gana altura, debemos salir ya para comenzar la verdadera última ascensión.

De repente la antena roja y blanca aparece ante nosotros, iluminada por una luz muy brillante, blanca, algo irreal sobre la negrura del paisaje. Es como un monolito, estimo que alrededor de diez metros de altura, destacando al lado de la cumbre de Javalambre. Al final del barranco hemos perdido las marcas. Después de dudar un poco sobre el camino a seguir volvemos sobre nuestros pasos para tratar de encontrarlas de nuevo. No aparecen pero realmente no hacen falta, la dirección a seguir está clara, el único problema se puede presentar con los extensos matorrales rastreros que se extienden por toda la montaña. Rodearlos es difícil porque se entretejen en una especie de laberinto, y atravesarlos en línea recta peor todavía, porque te atrapan las zapatillas entre sus ramas y no te dejan salir. Pero con la proximidad de la cumbre los problemas y las dudas se van desvaneciendo, superamos un pequeño terraplén, ascendemos las últimas decenas de metros y nos plantamos en el control del pico. Las dudas nos han hecho perder algo de tiempo en la subida pero no importa, hemos llegado y la meta está muy cerca.

De nuevo reponemos fuerzas y buscamos el camino de bajada a Camarena. Hay que seguir el GR10 hasta la Senda Fluvial de Camarena, pasando por el refugio Rabadá Navarro. Sin embargo decidimos afrontar la bajada directa por las pistas de esquí para evitar el riesgo de perdernos en el sendero. Lo que parecía una buena idea no lo es tanto ya que la pendiente de estas pistas es brutal. Con los cuadriceps tensionados al máximo la bajada solo podemos hacerla al trote, con paso corto para asegurar el apoyo y no resbalar. El descenso se hace interminable y acaba por fin en una pista que da un rodeo hasta el refugio. La senda hubiera sido mejor opción pero ya estamos aquí y no le damos más vueltas. El refugio está cerrado, queríamos preguntar para asegurarnos del camino pero el GPS lo indica de forma bastante clara. Ahora sí, cogemos el GR11 que desciende hasta el sendero Fluvial y en diez minutos lo alcanzamos. Los talones me molestan bastante, el rozamiento en ocasiones es muy doloroso. No sé si es debido a los calcetines o a las zapatillas pero la verdad es que me perjudica mucho al intentar correr.

Ya estamos en el Sendero Fluvial, al principio nos hemos equivocado pero por fin lo hemos alcanzado y ya trotamos en dirección al último puente, el que cruza sobre el río Camarena y nos conduce hasta la llegada. Unas horas después recorreré de nuevo este camino disfrutando de las moras de los zarzales, de alguna pera silvestre muy fresquita y del sonido gorgoteante del arroyo. Ahora, cerca de las 4 de la madrugada, la oscuridad es total y la luz de nuestras frontales no permite ver más allá de unos metros.

Al fondo Camarena. Salimos del ¨Sendero Fluvial por el molino, cruzamos el puente y ascendemos por las callejuelas. Hay que trotar, la llegada ha de ser corriendo, hay que superar los últimos metros, el Albergue Campo Base de Camarena de la Sierra nos espera. Dos calles, tres calles, giramos la última esquina, ahí está, unos escalones, abrimos la puerta y… hemos llegado.

Pasan unos minutos de las 4h. Al final, 20h8’, cuatro horas y media menos que el año pasado. Puestos: 14, 15 y 16. Por delante de nosotros Xari Adrián y Ramón Sorribes, con una hora de ventaja. En cabeza, Juan Antonio Ruiz, con 14h29’.

Ducha, ropa limpia y litera. Dos horas de sueño y a desayunar. Tertulia y paseo.

A la luz del sol Javalambre ya no enseña los dientes.

CUERPO, MENTE Y ALMA EN JAVALAMBRE 2009: PRIMERAS IMPRESIONES

Bueno... pues ya se acabó...

Buena carrera, contento del resultado, y, como siempre, encantado de ir conociendo más gente del foro y de otras carreras.


Saludos a todos los compañeros con los que compartí travesía: Jose Manuel (Camarena), Antonio Arias, Jose Luis Beltrán y Andrés Serrano, y enhorabuena a Tomás por la organización y avituallamientos, y gracias a los colaboradores de los controles por sufrir las largas horas de espera durante toda la travesía.

Un saludo también a los compañeros de tertulia y de paella, a algunos cuyo nombre no recuerdo y a todos aquellos con los que me crucé y compartimos esta experiencia.

Ahora a recomponer el cuerpo, porque la mente y el alma se han quedado por allí...

Esto no es la crónica (la estoy cociendo todavía... ), pero no puedo resistir empezar a contar algo de la travesía, ¡quizá porque lo único que puedo mover sin dolor son los dedos!

Nos juntamos alrededor de 60 en la salida, muy pocos abandonos, creo que alrededor de 10. Mucho crack por delante, y los de atrás empujando, aquello parecía un km vertical en lugar de una travesía de más de 100 km.

El tiempo nos ha respetado, quizá un poco de calor en Espadán.

El resultado: genial, estoy encantado, 20h8', y con la sensación de que con un poquito de dosificación al principio se habría podido ajustar más.

Lo peor:
  • el desgaste excesivo en Espadán y problemas en los pies al final.
Lo mejor:
  • el buen ritmo en las subidas y la preparación del equipo.
Y, de nuevo, como asignatura pendiente, la orientación. Perderse por la noche, entra dentro de lo normal. Pero en pleno día, y bajando del pico Rápita al final de la sierra de Espadán, enredado entre zarzales y acabando en el fondo de una trinchera... en fin... ¡y con GPS! Bueno... en la crónica pondré algunos detalles más.
CRÓNICA: http://salycorre.blogspot.com/2009_10_01_archive.html