miércoles, 29 de septiembre de 2010

WAYPOINT 153


Unas voces acompañaban a dos luces oscilantes que se aproximaban en la oscuridad. Nuestro ritmo acompasado y guiado por los GPS se veía claramente superado por los que nos alcanzaban. Entre los jirones de niebla que empezaban a cerrarse distinguimos sobre el ruido del viento las voces que nos llamaban “¡eh, hola!” “¿Cómo váis?”, contestamos. “Sin GPS”, nos responden los dos compañeros de carrera que acaban de alcanzarnos. “Pilas agotadas”. “No hay problema”, les decimos, “nuestros GPS van a plena carga, vamos juntos”. Seremos cuatro para la parte más crítica de la carrera, esto ayuda, pensé. Próximos a la cima de Javalambre, a cerca de 2000m de altura, la temperatura caerá por debajo de 0ºC y el viento será fortísimo.

Mientras elaboro lentamente estos pensamientos, al ritmo que mis mermadas condiciones físicas y circunstancias me permiten, veo sorprendido como nuestros nuevos acompañantes nos superan con facilidad y nos van adelantando. En unos minutos sus tenues siluetas se difuminan en la oscuridad y solo vemos como dos puntos de luz se van alejando. De cuando en cuando brillan con más intensidad, “se giran para buscarnos”, deduzco, “están confirmando que van por buen camino”, pero, sin GPS, sin conocer la montaña, ¿no deberían quedarse con nosotros?

Nos miramos extrañados. El viento arrecia, estamos prácticamente dentro de las nubes encapotadas sobre Javalambre y empieza a dificultarse gravemente la visión con las frontales. Estamos próximos al waypoint 153 y el track indica giro a la izquierda, salir del barranco y ascender en diagonal por la ladera en busca de la cumbre. Las luces que cada cierto tiempo nos buscaban para confirmar el camino se han convertido en dos pequeños puntos de luz que avanzan titubeantes y muy alejados. Imposible hacerse oir. El viento nos obliga a hablarnos a gritos, no hay forma de advertirles de su error. Siguen el barranco sin percibir el cambio de recorrido. Confirmamos el track, es correcto. Subimos dando grandes rodeos alrededor de las sabinas rastreras, pero avanzamos sin cesar hacia la cumbre. Me giro nuevamente justo a tiempo de ver como los últimos destellos desaparecen fugaces entre la niebla y la oscuridad, ya muy abajo, perdidos al otro extremo de la ladera.

Hemos ascendido gran parte del pico Javalambre. No vemos más que un par de metros ante nuestros pies. Estamos completamente dentro de las nubes que se ciernen sobre el pico. Ahora el viento huele a cumbre y, aunque es más fuerte y frio que antes, la proximidad de la cima nos atrae como un imán. Los pequeños árboles o matorrales que sobreviven en estas alturas se están pintando de blanco. El aguanieve empieza a formar una ligera capa de escarcha sobre ellos. Pienso en las luces de los dos compañeros de carrera perdidos en la ladera, pero las condiciones extremas me devuelven a la realidad. ¡Llegamos a la cumbre! ¡No te pares en el control! ¡Grita nuestros dorsales y continúa! Sobre el ruido del viento oímos ¡seguid el track!, nos indican desde dentro del coche de control, ¡no hay señales, solo el track, solo el track, solo el track! nos recalcan. Antes de encarar el descenso del pico entre la ventisca pienso en los dos compañeros sin GPS.

Veinte horas antes se daba la salida de la carrera, a las 8 de la mañana, en la puerta del refugio SerRa en Alfondeguilla. Poco más de 30 corredores, algún conocido y otros que lo serían después. El sol está a punto de salir y la temperatura es muy buena, fresca y agradable.

Ya en marcha nos vamos agrupando según ritmos. En cabeza y hasta el final Fran Robres se va destacando, después de unas palabras intercambiadas en la salida ya no volveríamos a verle hasta el día siguiente.

Jose Manuel y yo repetimos tandem como el año pasado. Al poco se nos unen Raúl y Manolo y ya en pocos minutos quedamos los cuatro separados del resto. Así afrontaremos las cuestas de la Sierra de Espadán: subida a Castro, barranco de Horeajo, collado de Ibola, Peña Blanca, Espadán y Rápita. El avituallamiento de Ibola llega temprano y todavía frescos tomamos unas barritas, reponemos agua y seguimos camino. Pero el sol empieza a hacerse notar y en el último tramo de ascenso al pico Espadán ya vamos mojando el suelo con las gotas de sudor. Aquí Jose Manuel y Rául empiezan a destacarse por delante y Manolo y yo nos vamos retrasando unos metros. En la siguiente bajada a la nevera tengo los primeros avisos en forma de calambres. Solo ligeros amagos, pero suficiente para empezar a retener la marcha. La subida al pico Rápita vuelve a ser muy dura con el sol castigando duramente nuestras espaldas. Pese a que bebo con mucha frecuencia agua con sales los amagos de calambres no cesan y cada vez que fuerzo un paso aparecen de nuevo.

La bajada del pico Rápita presenta una novedad: rodearemos las peores zonas de maleza para dirigirnos a una pista alternativa que añade algún kilómetro pero es muy corredora. Pero las sensaciones siguen siendo malas. Mi ritmo es flojo, aunque me mantengo con el grupo no me siento a gusto, preferiría disminuir la marcha.

Llegamos al avituallamiento de Matet, reponemos agua y tomamos medio bocata. No debemos enfriarnos deteniendonos mucho tiempo. Además, el contraste térmico entre sol y sombra es muy alto, la gente del control está pasando frio con las largas horas de espera y, sin embargo, nosotros venimos de soportar un calor excesivo.

Superado Espadán por delante vienen etapas muy corredoras. Pistas largas y suaves para superar el Alto de la Cueva Santa y Peñalta hacia Pavias e Higueras. Las piernas siguen a bajo nivel aunque intento mantener el ritmo del grupo. La llegada a Pavias repite protocolo: entrada por la calle principal, bar con una mesa a la puerta y unos parroquianos con cervezas (que tentación), la pequeña fuente de la esquina y el chaval avisándonos: ¡el agua del lavadero es mucho mejor! Y así es, en el lavadero el agua sale muy fresca. Bebemos a placer, nos refrescamos los brazos, la cara, el cuello, la cabeza entera y rellenamos depósitos. Después de este oasis seguimos camino por una vereda herbosa entre los huertos bajo un bonito arco. Un placer para los pies, aunque demasiado corto, ya que pronto volveremos a la dureza del asfalto hasta Higueras.

Higueras no aporta nada al recorrido. Apenas cruzamos dos calles y ya nos salimos por la senda hacia las próximas dificultades: el Alto de las Palomas para llegar al avituallamiento de Puerto Arenillas y al Mas de Noguera y la subida por las Cárcavas para llegar a Pina. Los amagos de calambres han cesado gracias al control pero las horas van pasando y ya veo claramente que no mantengo la viveza de ritmo del año pasado. Estimo que acumulo un retraso de una hora pero el camino es muy largo todavía y empiezo a fijar en mi mente el objetivo de llegar sin obsesionarme con el tiempo. No quiero ver aparecer los fantasmas del abandono en Facheca, en la UTMDA. Me esfuerzo en regular y en concentrarme para superar la verdadera dificultad de la prueba: Javalambre.

Aunque nos hemos quedado solos Manolo y yo, al llegar a Pina nos encontramos todavía con Jose Manuel y Raúl que están cambiándose de ropa. Nos abrigamos, preparamos el resto del equipo para la noche, comemos unos bocatas y nos tomamos unas cervezas. Después de algo más de media hora recogemos de nuevo las mochilas y nos ponemos en camino. Son las 19h cuando salimos de Pina, de nuevo los cuatro juntos. Nos queda una hora y media de luz.

Trotamos por las pistas que nos van conduciendo por las proximidades de Barracas hacia la autovía Mudejar, Fuente del Cepo, en busca del barranco del río Albentosa ya cerca de Manzanera. Ya al poco de salir de Pina nos hemos quedado de nuevo solos Manolo y yo, porque los trotes se van haciendo cada vez más penosos. La noche nos alcanza antes del rio Albentosa pero agudizamos los sentidos y apoyándonos en el GPS y el rutómetro no tenemos problemas en elegir el camino adecuado entre la multitud de pistas que se van cruzando. El cruce del río es la anécdota de este tramo. Manolo se protege con bolsas de plástico que Jose Manuel (gracias) nos ha dejado en la orilla, pero yo prefiero descalzarme y sentir el contraste frio del agua en los pies. Aliviados y animados después del cruce del rio seguimos camino hacia el avituallamiento.

En el control de Manzanera el frio ya es evidente. Hay que preparar los polares, gorros y guantes. A la baja temperatura y el viento hay que añadir las escasas reservas con que cuentan nuestros cuerpos, de modo que la sensación de frio aumenta considerablemente. Reponemos liquidos, barritas y seguimos camino enseguida. Próximo objetivo: Sarrión. Pistas interminables ya con noche cerrada nos van conduciendo hacia las proximidades de la Muela. A pesar del retraso respecto del año pasado y de las dificultades que encuentro en mantener un trote suficiente, estoy mucho mejor anímicamente.

Llegados al punto en que hay que dejar la pista y atajar campo a través sobre la Muela de Sarrión, solo contamos con la ayuda del GPS. Sin embargo, al poco de iniciar la subida, empezamos a ver señales en el suelo y cintas en los árboles. El camino está bien marcado, no hay senda pero tampoco hay pérdida posible. Paso a paso la Muela va quedando bajo nuestros pies y en poco rato vemos los reflejos del coche del control. Unos cafés, unos bollos y a seguir, aquí ya no hay nada que hacer. Me he enfriado mucho y los temblores empiezan a aparecer. Creo que el resfriado que arrastro desde hace pocos días está afectándome ahora. Arriba en la Muela soportamos el viento que sopla sin ninguna protección y el único recurso es trotar un poco para entrar en calor. Por suerte el recorrido desciende ligeramente y pronto llegamos al cruce de los cuatro caminos. Por delante, unos pocos kilómetros de pistas, el desvío al barranco de la Zarzuela y la subida al pico.

Pistas corredoras pero mis piernas no me acompañan. Solo puedo mantener un paso largo y vivo, pero el más ligero trote se me hace imposible. Siento que las horas pasan con más rapidez de lo previsto pero ya hace rato que hemos decidido no mirar el reloj. La visión de las nubes encapotadas sobre el pico Javalambre justo antes de anochecer desde las pistas de Fuente del Cepo se hace más presente ahora que estamos cerca. Hemos tenido un día de sol radiante y ahora nos dirijimos hacia el interior de las nubes que rodean totalmente la cumbre.

A punto de dejar la pista para encarar el tramo del barranco de la Zarzuela tenemos el encuentro con los dos corredores que nos alcanzan, nos acompañan unos metros y nos adelantan para desaparecer en la oscuridad perdiéndose por el camino equivocado.

El waypoint 153 marca la verdadera última dificultad: la ascensión al pico. Aquí ya no hay resguardo posible. Fuera del barranco, sobre la ladera expuesta al viento helado que sopla del Norte, no hay forma de mantener un ritmo uniforme. Nos vemos obligados constantemente a dar rodeos, vueltas, revueltas, avances y retrocesos, alrededor de las sabinas rastreras que abarcan importantes extensiones. El alcance de las frontales se ve muy atenuado por la niebla y nos impide anticiparnos a los obstáculos. Así y todo, nos aferramos al GPS y seguimos el track como si de nuestra religión se tratara. Por fin olemos el viento de cumbre y alcanzamos la cima.

No hay resguardo posible. Solo oscurdidad, viento y frio. Nos hacemos oir: ¡hay que bajar, hay que bajar!, gritamos. Cualquier problema aquí arriba sería muy grave. Pienso en la manta térmica que llevo en la mochila, ¿sería suficiente en caso de tener que parar por una caida? Solo hay un camino: descender cuanto antes. No hay camino ni apenas visibilidad entre la niebla. Solo pedrera suelta en la poca distancia que vemos ante nuestros pies. El GPS demuestra todo su valor y el track no falla. Lentamente nos irá conduciendo hacia la falda opuesta del pico, descendiendo gradualmente a zonas más resguardadas.

Lo peor ha pasado. Estamos ante el Pino de la Cepa, árbol emblemático de Camarena, y ya no queda más que un suave descenso por pistas hasta meta. De nuevo el trote por estas pistas es imposible, las piernas no responden, pero un paso largo y rápido nos dirige hacia Camarena sin más demora. La pista se convierte en asfalto y poco después del balneario alcanzamos el sendero fluvial, suave y agradable. Llegamos al molino y cruzando las primeras calles de Camarena alcanzamos el albergue. Lo hemos conseguido.

Veintitrés horas después de salir de Alfondeguilla entramos en el albergue de Camarena con esa sensación de victoria que se consigue después de un gran esfuerzo. No he estado en mi mejor forma física, pero el manejo de la carrera en conjunto me ha dejado muy satisfecho. En todo momento hemos mantenido el track, sin ninguna duda y, sobre todo, afrontando con seguridad y firmeza la peor dificultad: Javalambre.