lunes, 6 de agosto de 2012

JAVALAMBRE COMO META



Quizá fuera por los recuerdos de la niñez, quizá por peregrinar a una especie de “Camino de Santiago” particular, o bien pudiera ser, simplemente, por afrontar un reto más, el caso es que a las 4:15 de la madrugada sonó el despertador, a las cinco montaba en la bici desde la puerta de casa y a las nueve de la noche regresaba con 246 km recorridos y los 2020 m de altura del pico Javalambre conquistados.
Antena desde el vértice geodésico
Antena de comunicaciones del pico Javalambre desde el vértice geodésico
 Mis primeras nociones de Javalambre me llevan a Camarena de la Sierra, a los pies del pico, donde mis padres disfrutaron de varios veranos magníficos. Fuentes, excursiones, tormentas de verano, buena comida y mejores aguas. Yo no había nacido, pero viendo las fotos en blanco y negro puedo evocar fácilmente aquellas vivencias. Eran los años cincuenta, con la posguerra superada y aprendiendo a vivir de nuevo.
Años más tarde, Javalambre fue el primer lugar donde sentí la montaña y donde me calcé unos esquís. Donde descubrí el placer de beber de un manantial de agua helada, o el olor de las chimeneas humeantes. Las casas de piedra, las calles empedradas y el sonido de las pezuñas de los rebaños regresando al corral.
Ahora todo esto me parecen recuerdos de otra vida. En el pueblo han aparecido urbanizaciones de apartamentos. Los dos viejos olmos de las plazas han sido talados. A Javalambre se sube por una cómoda pista y el camino antiguo se ha convertido en una turística “senda fluvial”. Es el precio del progreso, que seguro que es necesario, pero me resulta imposible evitar cierta sensación de pérdida.
El último árbol, a casi 2000 m de altura
 Javalambre se cruzó de nuevo conmigo en la primera carrera de larga distancia y resistencia por montaña que hice de la mano de Tomás. Desde Alfondeguilla, en la sierra de Espadán, hasta Camarena de la Sierra, pasando por el pico Javalambre, 107 km en más de 20 horas. En tres ocasiones la hice y siempre fue en esa montaña donde encontré las condiciones más extremas.
Hace unos meses comencé a hacer rutas en bici: varias salidas en grupo y muchos entrenamientos en solitario. También una carrera con mi amigo Javi, en el norte, en Cantabría,  durísima. Empecé a explorar rutas. La Vía Fluvial estaba ya muy trillada, la Vía Verde Ojos Negros también. Fui recorriendo la sierra Calderona, Gátova, Altura, el puerto de Montmayor, Alcublas, Viver, Caudiel, Barracas, Sarrión,  y sin darme cuenta me iba aproximando de nuevo a Javalambre. Empecé a plantearme hacer cumbre. Para ello tenía que acercarme lo suficiente en coche para atacar la montaña desde una distancia prudencial. Lo intenté desde Barracas cruzando por caminos entre Manzanera y Albentosa, subiendo a la Muela de Sarrión y alcanzando el barranco de la Zarzuela para subir al pico por el camino de Los Pelaos. En diciembre pasado lo conseguí, ya con nieve desde la cota 1700, con las manos, los pies, la cara y el agua del bidón congelados y sufriendo con el permanente viento de esta montaña.
Terminando la carrera "Los 10.000 del Soplao"
Repetí la experiencia tres veces más, afortunadamente sin las temperaturas extremas de la primera. Saliendo también desde Barracas, pero subiendo por la Vía Verde Ojos Negros hasta Sarrión y desde allí por el camino de la Muela hasta el barranco de la Zarzuela enlazando con el recorrido anterior. Otra vez, haciendo la Matahombres, subiendo por el camino de la vertiente sur en el segundo bucle del recorrido. Y también, desde Arcos de las Salinas, una pista cómoda pero con un desnivel importante: 1000 m en poco más de 15 km. En total, fueron cuatro ascensiones a Javalambre desde todos los ángulos. 
Pero cuando superponía en el mapa las distintas rutas que había ido recorriendo en mis entrenamientos se iba forjando lo que sería el proyecto definitivo: la subida a Javalambre desde Valencia. La primera opción pasaba por subir por la Vía Verde Ojos Negros hasta Sarrión y de ahí al pico. Serían más de 150 km, por lo que tenía que pensar en hacer noche y regresar al día siguiente. Empecé a estudiar un camino alternativo que sirviera para el regreso, de modo que pudiera montarse una ruta circular, y me di cuenta que podía enlazar la Vía Fluvial del Turia con Liria, de modo que siguiendo la CV-345 podría pasar por Villar del Arzobispo, Higueruelas, La Yesa, Arcos de las Salinas y de ahí al pico. Hice recorridos parciales para estimar el tiempo total y obtuve una cifra muy asequible: unas siete horas para el regreso desde el pico hasta Valencia. Rehice los cálculos en sentido inverso y comprobé que tan solo tenía que añadir dos horas más. Sumé las dos cifras y el resultado eran ¡dieciséis horas! frente a las cerca de diecinueve que me costaría la ruta circular. Entonces, ¿por qué empeñarme en hacer una ruta circular? Rápidamente tomó forma en mi mente el proyecto: ida y vuelta por la ruta de Arcos de las Salinas. ¡Era viable en una sola jornada! Y si era viable, ¿por qué no hacerlo? Tenía el entrenamiento adecuado, conocía todos los tramos del recorrido puesto que lo había hecho por parciales y había subido cuatro veces al pico en estos últimos meses. Las dificultades: cargar con el peso del avituallamiento para toda la jornada y mantenerme sobre la bici las horas necesarias.
La ruta: 246 km ida y vuelta
Pero la decisión ya estaba tomada. Ahora había que planificar los recursos, estimar mejor los tiempos e incluso suspender todo entrenamiento en los últimos días para reservar fuerzas. El equipo debía ser mínimo para evitar un peso excesivo, pero a la vez me tenía que garantizar una jornada entera de dieciséis horas de esfuerzo como mínimo. Saldría con cuatro litros de agua, dos bocadillos, dos naranjas, un puñado de dátiles y suplementos energéticos de bolsillo (es decir, chuches, todo un descubrimiento). En cuanto a ropa, el imprescindible chubasquero y una prenda de manga larga por si hubiera mal tiempo en el pico. A ello añadir el equipo de la bici: luces para el tramo nocturno, cámara de repuesto, bombín, parches y tronchacadenas. Y ya puestos, cómo no, para dejar constancia de la experiencia: un GPS para grabar el track y una cámara para fotografiar el esfuerzo. Con los 13,5 kg de la bici, fácilmente iba a alcanzar los 20 kg como peso total que mis piernas deberían mover. ¡Mejor que no lo supieran!
Suena el despertador a las 4:15. Me levanto somnoliento y entumecido. Necesitaré bastante tiempo para activar el cuerpo. Me refresco la cara con agua y tomo el desayuno. Preparo la mochila con la comida, el agua y el resto del equipo. Reviso la bici y mientras oigo las campanadas de las 5 de la madrugada abro la puerta y salgo a la calle.
Km 0: principio del camino en el parque de Cabecera
En pocos minutos alcanzo el parque de Cabecera y me encuentro pedaleando ya en la oscuridad de la Vía Fluvial del Turia. La luz de la linterna frontal hace brillar los ojos de todos los animalillos que se cruzan en  mi camino. Un conejo salta delante de mí y, como si fuera guiado por mi foco de luz, sigue corriendo delante unos metros hasta que se desvía por el borde del camino. Gatos, pájaros nocturnos, el camino está rebosante de actividad.
Alcanzo Ribarroja sin apenas vislumbrar el alba pero ya me cruzo con dos paisanos madrugadores. Me salgo del cauce del Turia por caminos de huerta para subir a Benaguacil donde, por un carril-bici que recupera un antiguo trazado de ferrocarril, llego a Liria.
Cruzando sobre el río, a punto de amanecer
Ya ha amanecido. Estoy en el carril-bici paralelo a la CV-35 que me conducirá a Casinos. Es una recta larguísima, de unos diez kilómetros, pero estoy al principio de la ruta y sin casi darme cuenta llego al pueblo. Me sorprende ver un par de bares con parroquianos desayunando, charlando y con periódicos. La gente aquí madruga, luego el sol aprieta demasiado.
Carril bici paralelo a la CV-35
En Casinos me desvío por la CV-345. Son 60 kilómetros de carretera hasta Arcos de las Salinas a través de Villar del Arzobispo, Higueruelas, La Yesa, Corcolilla, El Hontanar y El Collado. El primero de ellos, Villar del Arzobispo, se alcanza sin dificultad, apenas con un pequeño puerto que solo se hace notar por el peso de la mochila. Pero alcanzar Higueruelas ya cuesta más, el puerto es más largo y hay que reservar porque aún queda todo un mundo por recorrer. Es a partir de Higueruelas cuando viene la etapa más dura. Primero, hay que subir un nuevo puerto, justo a la salida del pueblo. Es largo, pero la perspectiva del almuerzo en la cima me anima. Así es, cuando culmino el puerto me paro a almorzar bajo la vigilancia de los molinos de viento todavía parados. Porque el viento no aparecerá hasta la tarde, cuando ya me venga de frente.
Por fin un descenso más pronunciado y largo que me lleva hacía lo que, posiblemente, sea el tramo más solitario de la ruta. Montañas onduladas y pinos. Aquí el paisaje es cada vez más verde y agreste. Ningún pueblo en veinte kilómetros de etapa hasta que, por fin, llego a las rectas bordeadas de pinares que apuntan a La Yesa.
En La Yesa salgo igual que entro: rectas larguísimas bordeadas de pinares hasta que, de repente, el paisaje cambia y los bosques se convierten en estepa. Mientras voy ganando altura paso cerca de los siguientes pueblos: Corcolilla, El Hontanar, El Collado y, cada vez más cerca, Aragón y el límite de la provincia de Teruel.


Por fin culmino el último puerto de asfalto y me lanzo a buena velocidad hacía Arcos de las Salinas. Llego a la entrada del pueblo y ahora sí, hay que reponer fuerzas porque el esfuerzo que viene a continuación es máximo: dos horas de ascenso, dieciséis kilómetros y mil metros de desnivel para superar. Vacío el agua sobrante, ya caliente, y repongo solo dos bidones de agua helada de la fuente, dejando vacías las dos botellas para aligerar peso. Termino el bocadillo, doy un último trago de la fuente y arranco con la mirada puesta en el camino hacía el pico.
Me encuentro pedaleando en las pronunciadas cuestas de ascenso con “todo el hierro metido”, con parsimonia, avanzando palmo a palmo, sabiendo que ya no hay más obstáculos, que el pico está al alcance de la mano. Pienso en la madrugada, hace casi siete horas. En los kilómetros que he dejado atrás, en los puertos que he subido y los pueblos que he atravesado. El sonido del rio Arcos me acompaña buena parte del camino, hasta que, paradójicamente, muere en su nacimiento. De vez en cuando el camino me da un respiro, solo para, detrás de la siguiente curva, reírse de mí con una pendiente todavía más dura.
Camino del pico Javalambre desde Arcos de las Salinas

El viento es fuerte ahora. Es frio, procedente de la cumbre que ya se adivina. Es emocionante pensar que tienes la cumbre al alcance. Pero entre esas emociones no dejo de pensar y calcular los tiempos. Realmente estoy cumpliendo con lo planificado como un reloj. Voy a llegar antes de las dos de la tarde, lo cual es importante si quiero empezar a pensar en la vuelta a casa.
Sabinas rastreras hacia la cumbre. El vértice geodéisco, la antena y la estación de esquí

Últimas cuestas, más duras, más lentas. Parece que tanto la bici como yo quisiéramos alargar este momento, el disfrute previo a la cumbre, el saber que lo vas a conseguir. Y así es, cuando doy la última pedalada, bajo de la bici y miro a mi alrededor: algo se ha perdido, un proyecto ha terminado. Solo queda el permanente viento de la cumbre y unos pocos minutos de serenidad ante el tremendo horizonte de 360 grados.
Vuelvo a la realidad después de comerme el segundo bocadillo y terminar el agua. Pasan diez minutos de las dos, hay que bajar y desandar el camino recorrido.
La bajada de Javalambre es frenética y por la diferencia de presión se me taponan los oídos. Estoy de nuevo en Arcos de las Salinas y son las tres de la tarde. Tengo frente a mí un primer puerto importante para subir de regreso y una duda: ¿seré capaz de llegar a casa? Bueno, la respuesta está en empezar a pedalear así que después de meter la cabeza en el agua helada de la fuente y beber hasta saciarme, emprendo la ascensión al puerto que me llevará de regreso a casa.
Y por fin, después de dejar atrás cada uno de los obstáculos del camino y notando como me he vaciado por dentro por el esfuerzo, me encuentro pedaleando de vuelta en el mismo camino polvoriento que esta madrugada hice en la oscuridad, en la Vía Fluvial del Turia.
Niños bañándose en el río, parejas paseando, otros ciclistas yendo y viniendo, son imágenes que veo como si fueran una película, no me parecen reales. Mi mundo ahora se reduce a una noria que gira sin cesar, los pedales, y al sonido crujiente de las ruedas en el camino. Todo ello ocupa mi mente y apenas percibo otras cosas.

Pero la realidad se impone y finalmente me encuentro con la llave en la cerradura abriendo la puerta de casa. Todavía no son las 9 y aún hay luz del sol. Han sido casi 16 horas y 246 kilómetros, ¿reales o imaginados? Tendré que revisar las fotos…